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PREFACIO
― ¡Te odio!
—¿Qué acabas de decir? —El hombre miró a la mujer y en sus ojos azules se desató una tormenta.
Pero ella no se inmutó y se mantuvo firme, alzó la barbilla demostrándole que ya no era esa chiquilla tonta e ingenua.
—Lo que escuchaste. Si hubieras sabido quién eras en realidad, jamás… —sus ojos verdes se clavaron en el hombre — jamás me hubiera entregado a ti.
Las palabras de la mujer eran como gasolina al fuego y los pensamientos de Santino fueron en todas las direcciones, la sola idea de que ella pudiera pertenecer a alguien más hacía que sus demonios afloraran. Lo hacían querer acabar con cualquiera que se atreviera a posar sus ojos en ella.
Sonrió y luego llevó sus manos a los botones de su camisa, y el corazón de Sophia se agitó. No había nada que hacer; ella lo deseaba, aunque le hubiera mentido, le hubiera vendido la fachada de alguien que no era, su corazón, así como su cuerpo le pertenecían. Santino caminó lentamente hacia ella al momento que se quitaba la camisa y su poderoso pecho cubierto de tatuajes quedó al descubierto. Ella tragó saliva, sintiendo cómo su centro despertaba por él, su cuerpo traidor se rendía ante el toque de su marido.
—¿Qué… qué vas a hacer? —preguntó nerviosa.
Santino se detuvo lo suficientemente cerca como para que sus alientos se mezclaran, sus dedos ásperos acariciaron su mejilla y ella tuvo el instinto de cerrar los ojos y dejarse llevar.
—Recordarte… —susurró al oído de la mujer— recordarte a quién perteneces…
SOLO ERES UNA MUJER HUMILDE
UN AÑO ANTES…
― ¡No voy a casarme! ¡No! ¡De ninguna manera! ―Sophia se mantuvo firme, su mirada ardía con una mezcla de miedo y desafío.
Norma, su tía, la miró con sus ojos inyectados en sangre por la furia, se levantó de su silla y caminó alrededor del escritorio con pasos medidos que resonaban en el lujoso estudio.
― ¿Cómo dices? ―preguntó, aunque más parecía una demanda que una pregunta.
―Lo que escuchaste, tía. No voy a casarme solo porque tú no quieres sacrificar a tu hija ―replicó Sophia, su voz era temblorosa, pero llena de valentía.
La ira de Norma estalló como un volcán; su mano se alzó y abofeteó a Sophia con una fuerza que la hizo tambalearse.
―Escúchame bien ―gruñó, para luego agarrar el cabello de Sophia con tanta fuerza que las puntas de sus dedos se volvieron blancas. ―Has sido una carga en esta casa, una molestia, y si digo que te casas, ¡te casas!
Sophia, con el rostro enrojecido por la bofetada y los ojos acuosos no por el dolor, sino por el coraje, se negó a ceder.
―No ―dijo con determinación, su voz apenas un susurro, pero firme. ―No voy a casarme.
Norma Sanz la odiaba, sí, odiaba a Sophia con cada fibra de su ser, no solo porque era la hija de su hermana, sino porque representaba todo lo que había despreciado en su vida. La única razón por la cual había aceptado a Sophia bajo su techo era la herencia que el padre desconocido había dejado; algo que le permitiría vivir en comodidad el resto de sus días.
―Bien ―dijo Norma con un tono helado, soltando a Sophia con tal brusquedad que la joven cayó hacia atrás, golpeándose la cabeza contra la mesa frente al sofá. ―Encontraré la manera de doblegarte. De alguna manera u otra conseguiré mis propósitos, Sophia. No lo olvides ―la amenazó con un susurro venenoso ―no eres nadie frente a mí.
Sophia, desde el suelo, levantó la vista hacia la mujer que había hecho de su vida un infierno. Recordó las noches oscuras en el ático y el hambre a la que había sido sometida. Muchos se preguntarían por qué soportó tanto. La respuesta era simple: su madre. Su tía había pagado los gastos médicos de su madre enferma y eso la ataba a esta casa y a esta mujer cruel. Pero en su corazón, Sophia sabía que algún día encontraría la forma de liberarse.
Norma le dio una sonrisa antes de inclinarse hacia ella, sus ojos tan verdes como los de la joven brillaban con un desdén y un odio puro.
―Eres igual a ella ―escupió con desprecio, y su zapato de tacón presionó con fuerza la mano de Sophia.
― ¡Ahhh! ―exclamo Sophia, el dolor irradiando desde su mano aplastada. Pero incluso en medio del tormento, se negó a mostrar su debilidad.
―Tu madre fue una desgracia para nuestra familia, y tú solo eres una mujer humilde, y, aun así, ¿te crees con derecho a negarte? ―continuó Norma, cada palabra como una daga envenenada destinada a herir.
Sophia levantó sus ojos hacia su tía. A pesar de que las palabras le dolían profundamente, su mirada era desafiante, inquebrantable.
―Ya te dije, no me casaré ―reiteró con una voz que, aunque rasgada por la emoción, no mostraba rastro de duda.
Norma sonrió con más frialdad, un gesto que no llegaba a sus ojos. Asintió lentamente, como si reconociera el desafío de Sophia y lo aceptara. Luego, sin más palabras, retrocedió y se dirigió hacia la salida del estudio, su silueta imponente recortada contra la luz que se filtraba por la puerta.
―Eso lo veremos, querida sobrina ―dijo sin girarse, su voz flotando en el aire con la certeza de una amenaza. ―Eso lo veremos.
Sophia permaneció en el suelo y su cuerpo temblaba con la adrenalina del enfrentamiento. Mientras escuchaba los pasos de su tía, desvanecerse, sabía que este era solo el comienzo de su lucha. Pero estaba decidida; esta era su vida y sería ella quien decidiría su destino, no importaba lo que su cruel tía intentara hacer para controlarla.
Sophia regresó a su habitación y en ese momento sonó su celular, se trataba de Jenna, su mejor amiga.
―Janna…
―Sophia, ¿acaso lo olvidaste?
― ¿Olvidar qué?
―Hoy es mi cambio de departamento, quedaste en venir y ayudar.
Sophia suspiró, de hecho, lo había olvidado, los últimos días había estado enfocada en buscar un trabajo, quería ser independiente y conseguir un trabajo estable que pagara los gastos médicos de su madre y poder finalmente escapar del infierno en el que vivía.
―Bien, estaré allí en media hora.
―Ok, date prisa, luego iremos con los chicos al café.
La llamada se cortó con la risa contagiosa de Jana, se habían conocido en una de las clases de la universidad y desde entonces se habían vuelto mejores amigas. Sophia tomó su bolso y se fue a toda prisa. Cuando la puerta principal de la mansión se cerró, Norma salió del estudio mirando hacia la puerta por donde acababa de salir Sophia.
―Mamá, ¡¿qué vas a hacer?! ―preguntó Serena, la hija biológica de Norma.
De hecho, Serena y Sophia se parecían mucho, todo se debía a que Norma y la madre de Sophia Natalie eran gemelas.
―Conseguiré la manera cariño, no te preocupes ― miró a su hija y sonrió ―no dejaré que arruines tu vida con un monstruo y lisiado.
Ella no iba a permitir que su hija arruinara su vida junto a un hombre que estaba condenado a una silla de ruedas.
TE COMPRE UNA ESPOSA
―Los envíos están listos. ―dijo André, el mejor amigo y mano derecha de Santino.
Santino D’ Luca, sentado en su silla de ruedas, asintió levemente. Sus ojos azules, normalmente llenos de una intensidad ardiente, parecían distantes, perdidos en pensamientos más allá de los negocios.
―Los mexicanos estarán contentos con la mercancía. ―continuó André, una sonrisa sutil asomando en su rostro―Nos han hecho el pago adelantado. Este será el primero de muchos negocios.
Hubo un silencio. André observó cómo su jefe procesaba la información, esperando una reacción que confirmara su presencia en el momento. Pero Santino estaba en otro lugar, su mente atormentada por recuerdos y preguntas sin respuesta.
―Santino… ¿Santino, estás escuchando? ―preguntó André, su tono ahora teñido de preocupación.
El hombre parpadeó, volviendo al presente con un suspiro casi imperceptible.
―Sí. ―respondió con voz ronca, como si cada palabra le costara. ―Dijiste que los mexicanos pagaron el envío y que haremos más negocios.
André lo miró fijamente, una ceja arqueada en expresión de duda.
―Eso lo dije hace rato. Te estaba diciendo que todos están preguntando por ti. No puedo seguir excusándote y dar la cara todo el tiempo. En algún momento tendrás que volver al frente. Además, en la empresa los accionistas están tensos. Ya sabes cómo son.
Una mueca cruzó el rostro de Santino. Desde su salida del hospital, seis meses atrás, se había recluido entre las paredes de su mansión, negándose a enfrentar el mundo exterior. No se sentía listo aún, prefería mantener esa fachada de hombre desvalido y amargado. Pero no era solo una fachada; la amargura era real. El accidente había descubierto la verdadera naturaleza de aquellos que lo rodeaban, una realidad que no podía ni quería olvidar.
―Lo haré, André, pero no todavía. ―dijo Santino con una voz que, aunque tranquila, llevaba el peso de una decisión irrevocable. ―Necesito seguir manteniéndome lejos, dejar que el responsable tome confianza y muestre su rostro.
André suspiró, su expresión era un lienzo de frustración y lealtad.
― ¿Qué ha pasado con las investigaciones? ―preguntó, buscando alguna esperanza.
―Aún nada. ―respondió André, su tono endureciéndose. ―Los vídeos del taller donde estaba el auto fueron borrados y los empleados afirman no saber nada. Pero es un hecho que el auto fue manipulado. No fallaron los frenos por nada, Santino.
El hombre en la silla de ruedas apretó los dedos con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Sus ojos se oscurecieron, reflejando una sed de venganza que no necesitaba palabras.
―Sigue investigando. ―ordenó. ―Mientras tanto, yo seguiré con mi fachada. No me conviene que sepan la verdad.
André se inclinó hacia delante y preguntó en voz baja.
― ¿Ni siquiera tu madre?
―No. ―contestó con una firmeza que no dejaba lugar a dudas. ―Ni siquiera ella.
― ¿Estás pensando que…? ―André comenzó a decir antes de ser interrumpido.
―No seas imbécil. ―lo regañó. ―Por supuesto que no dudo de mi madre, pero si llegase a saber la verdad, no podría mantenerlo en secreto. Ya la conoces.
André tenía que reconocer que Santino tenía razón. Justo cuando iba a verbalizar su acuerdo, la puerta del estudio se abrió con un movimiento suave pero decidido. La figura de una mujer elegante y con una presencia que llenaba la habitación se delineó en el umbral.
Era ella, la madre de Santino tenía un porte digno y una mirada que parecía atravesar las paredes que su hijo había levantado a su alrededor.
―Madre. ―dijo Santino, maniobrando su silla de ruedas para acercarse a ella.
Grecia D’ Luca, con su elegancia innata a sus cincuenta años, no podía evitar la preocupación que sentía por su hijo, aunque él ya fuera un hombre hecho y derecho.
―Cariño, te perdiste el desayuno y vas por el mismo camino con el almuerzo. Tienes que alimentarte. ― expresó, inclinándose para dejar un beso en la frente de su hijo.
André, observando la escena desde su lugar, sonrió ante el intercambio. La calidez maternal siempre tenía un efecto en él, un recordatorio de la humanidad que aún residía en los rincones de aquel negocio endurecido.
―Mamá. ―gruñó Santino, con una mezcla de afecto y molestia. ―No tengo hambre y además estoy en un asunto importante con André. Comeré más tarde.
―No. ―replicó ella con seriedad. ―Comerás ahora. ―Se irguió y sus ojos se tornaron solemnes, lo que captó inmediatamente la atención de su hijo.
― ¿Qué pasa? ―preguntó él, percibiendo la gravedad del asunto.
―Primero come y…
―Madre, no tengo tiempo. Ve al grano y dime qué pasa. ―la interrumpió Santino con impaciencia.
Grecia a veces no soportaba el temperamento de su hijo. Antes del accidente que se llevó a su marido y dejó a su hijo confinado a una silla de ruedas, él era amable, dulce y sonriente. Ahora, se había vuelto amargado y frío, y ni siquiera ella era inmune a su nueva personalidad.
―Bien, entonces seré directa. ―dijo con firmeza, mirando fijamente a los ojos verdes de su hijo, un reflejo de los suyos propios. ―He organizado una boda.
Las cejas de Santino se fruncieron, un mal presagio creció en su interior.
―Tu abuelo te ha comprado una novia.
Santino tardó un momento en procesar la noticia, era como si las palabras de su madre fueran un idioma extranjero que luchaba por entender. Cuando las piezas finalmente encajaron, su respuesta fue visceral.
― ¡¿Te volviste loca?! ¡¿Perdiste la cabeza, Grecia?! ―exclamó con una mezcla de incredulidad y enfado.
― ¡Modela tu lenguaje, jovencito! ―le regañó Grecia, imperturbable ante el estallido de su hijo. ―Tendrás 30 años, pero sigo siendo tu madre, Santino, y no me vas a hablar en ese tono.
El hombre apretó los dientes y tomó un par de respiraciones profundas, intentando recuperar el control.
―Madre, no necesito una esposa. ―gruñó. ―Estoy bien como estoy. ¿Qué te hace pensar que quiero a una mujer incordiando todo el día?
― ¿No la necesitas? ¿Estás seguro? ―preguntó Grecia, su voz era un manto de preocupación maternal. ―Hijo, tú no ves lo que yo veo. Te estás consumiendo en tu propio dolor. Has dejado tu vida de lado, ya no sales, te la pasas amargado, no recibes a nadie. Y apenas tienes 30 años. El hecho de que estés en una silla de ruedas no significa que…
La risa burlona de Santino interrumpió el discurso de su madre, llenando el estudio con su amargura.
―Madre, de verdad que eres única, ―dijo con un tono que rozaba la condescendencia. ―Soy tu hijo y siempre me verás con ojos de amor, pero… ¿No me ves? ―preguntó, y sus ojos se oscurecieron aún más detrás de la máscara.
Sí, Santino usaba una máscara para ocultar su rostro quemado. El accidente le había arrebatado más que la movilidad de sus piernas; también había desfigurado su cara, por lo que llevaba una máscara que cubría la mayor parte de su rostro, dejando solo su boca a la vista.
Grecia miró a su hijo con un dolor que solo una madre puede sentir. A sus ojos, Santino era perfecto tal como era, y su corazón se desgarraba cada vez que veía lo que se había convertido. Ella había estado de acuerdo con su suegro con la esperanza de que una compañera pudiera hacerle compañía y, con suerte, descongelar su corazón helado.
―Ya está decidido, Santino, ―dijo Grecia con decisión. ―Tendrás una esposa, yo quiero nietos, quiero alegría en esta casa, y, además, quiero que vuelvas a sonreír.
El hombre en la silla de ruedas se conmovió por las palabras de su madre, de verdad no quería herirla, pero decirle la verdad no era posible en ese momento, así que tenía que seguir con su personaje.
―Pues me niego. ―replicó. ―si traes a esa mujer aquí, le voy a hacer la vida imposible, madre. ―sentencio ―tanto que no durará unas horas, no quiero, ni necesito una esposa. Además ―pregunto burlón. ― ¿quién se casaría con un lisiado y un monstruo?
SIN CORAZÓN
―Santo cielo, Sophia, ¡estás muy caliente! ―exclamó, Janna, su voz teñida de ansiedad mientras tocaba la frente de su amiga, buscando confirmar sus sospechas.
Sophia intentó ofrecer una sonrisa tranquilizadora, aunque pálida y débil.
―No te preocupes, estoy bien, solo es un resfriado ―respondió con una voz que pretendía ser firme, pero que no lograba ocultar el leve temblor provocado por la fiebre.
Janna frunció el ceño aún más preocupada.
―Pero eres asmática y… ―Hizo una pausa, sopesando sus palabras antes de continuar con determinación. ― ¿Sabes qué? Vayamos al hospital.
La reacción de Sophia fue inmediata, levantando una mano en señal de detención.
―No ―dijo con firmeza, aunque su voz se suavizó al explicar su situación. ―Estoy bien, de verdad, además… no tengo dinero para pagarlo.
Su expresión se tornó triste al recordar la dependencia financiera de su tía, ella era quien administraba su herencia y apenas le proporcionaba lo justo para sus gastos universitarios y algunas medicinas para su madre. Janna, mostrando una mezcla de frustración y compasión, se apresuró a ofrecer una solución.
―Puedo pagarlo por ti, tengo algo ahorrado…
Sophia sacudió la cabeza, rechazando la generosidad de su amiga.
―No, Janna, sé que eso es para tu sueño de abrir tu propia cafetería. ―lanzó una sonrisa triste mientras agregaba ―Voy a estar bien, lo prometo.
Su determinación era férrea, aunque no podía ocultar completamente su vulnerabilidad. Janna suspiró, reconociendo la obstinación de su amiga.
―Está bien, pero me llamas en cuanto llegues, ¿vale?
―Ok ―respondió Sophia, acercándose para envolver a Janna en un abrazo leve, pero lleno de gratitud y afecto.
Lo que ninguna de las dos sabía era que esto le estaba dando la oportunidad perfecta a la tía de Sophia para avanzar con sus planes ocultos.
*
―Señora, la niña Sophia, está ardiendo en fiebre ―expresó la empleada con preocupación, interrumpiendo el tranquilo momento de Norma mientras tomaba su té de la tarde.
La mención de la fiebre de Sophia hizo que Norma alzara una ceja, un gesto que mostraba su personalidad fría y calculadora.
― ¿Fiebre dices? ―preguntó Norma, su tono impregnado de indiferencia.
―Sí, señora, desde que llegó se veía mal. Creo que debemos llamar al médico o llevarla al hospital ―insistió la empleada, esperando provocar algún atisbo de compasión en su ama.
Pero Norma respondió con una determinación helada, poniéndose de pie y dirigiendo una mirada amenazante hacia la empleada.
―Nadie va a llamar a nadie y no iremos a ningún hospital ―declaró ―Mejor llama un taxi.
― ¿Un taxi? Pero señora, ella… ―La empleada intentó protestar, preocupada por la salud de Sophia, pero fue interrumpida bruscamente.
― ¿Te pago para que hagas preguntas? ¿O es que quieres ser echada a la calle? Te recuerdo que tienes un mocoso que alimentar ―amenazó Norma.
La empleada bajó la cabeza con impotencia, consciente de que su situación económica y familiar la hacía vulnerable a las humillaciones de la mujer.
―Lo siento, señora ―murmuró, resignada a seguir las órdenes.
―Bien, ahora ve a hacer lo que te ordené ―exigió Norma con frialdad.
Una vez sola, se dirigió hacia la habitación de Sophia, ubicada en el área de servicio. Era un viejo depósito con filtraciones, reflejaba el desdén con el que Norma trataba a su sobrina. Al entrar, sus ojos se clavaron en la figura débil de Sophia, y el odio que sentía por ella burbujeó en su interior.
―Debiste haber muerto, apenas abriste tus ojos, Sophia. Pero no, sobreviviste y te quedaste para torturarme una y otra vez ―susurró con veneno en su voz. ―Pero yo voy a condenarte, a hacer tu vida, un infierno más de lo que ya es.
Norma se acercó lentamente a Sophia, su paso era medido, casi como si disfrutara del dramatismo del momento. Con un gesto que parecía más una formalidad que una verdadera preocupación, tocó la frente de Sophia. Estaba demasiado caliente, una fiebre lo suficientemente alta como para mantener a Sophia en un estado de inconsciencia. La gravedad de su estado era evidente, pero la preocupación parecía estar ausente en los ojos de la mujer.
―Señora, el taxi está esperando ―informó la empleada desde la puerta, sus ojos cargados de lástima al mirar a la joven acostada en el catre.
A pesar de la urgencia, su tono era resignado, como si ya conociera la respuesta a cualquier pregunta que pudiera surgir sobre el bienestar de Sophia.
―Bien, ve por Tomás ―ordenó Norma sin mirar a la empleada.
La mujer esta vez no preguntó, se dio la vuelta y poco después regresó con Tomás, el jardinero, un hombre de aspecto robusto cuya expresión reflejaba una mezcla de confusión y preocupación. Sin embargo, sabía que no era su lugar cuestionar las órdenes de la señora de la casa. Así que, por orden de Norma, cargó en sus brazos a Sophia con cuidado y la metió en el taxi.
A pesar de su apariencia ruda, sus movimientos eran gentiles, tratando de perturbar lo menos posible a la joven enferma. Luego, siguiendo las instrucciones precisas de la señora de la casa, pagó al taxista el doble de la tarifa habitual y le dio la dirección que ella le había ordenado.
Mientras el taxi se alejaba, la expresión en el rostro de Norma era indescifrable. ¿Era satisfacción? ¿Indiferencia? Solo ella sabía cuál era el destino final de Sophia y qué esperaba lograr con esto.
Cuando el taxi se detuvo delante de las grandes puertas negras, la opulencia de la mansión detrás de ellas era evidente incluso desde la distancia. Un guardia de seguridad se acercó rápidamente al vehículo, su mirada inquisitiva dejaba claro que no cualquier visitante era bienvenido.
― ¿Quién eres? ―preguntó el guardia, su voz profunda y autoritaria.
El taxista, al ver el aspecto intimidante del hombre y de los muros que protegían la propiedad, tragó saliva nerviosamente antes de responder.
―Yo solo cumplo órdenes, me dijeron que la trajera aquí ―explicó, intentando mantener la calma.
Su mirada se desvió hacia el espejo retrovisor, donde podía ver a Sophia aún desmayada en el asiento trasero.
Uno de los guardias de seguridad se asomó al interior del taxi y, al ver a Sophia en ese estado, no pudo evitar preocuparse. Habló brevemente por su micrófono, y después de unos minutos de espera que parecieron eternos para el taxista, abrió la puerta trasera del vehículo. Y con una mezcla de eficiencia y cuidado, el guardia cargó en brazos a Sophia y se dirigió hacia la gran casa, mientras tanto, el taxista, aliviado de haber cumplido su tarea y ansioso por alejarse de ese lugar tan intimidante, se apresuró a irse tan rápido como pudo.
La mansión, con sus puertas ahora cerrándose lentamente detrás del guardia y Sophia, escondía los secretos y las decisiones que aguardaban dentro.
NO QUIERO QUE MUERA EN MI CASA
Cuando Sophia abrió los ojos, su frente se arrugó cuando vio la extraña habitación. Se levantó lentamente y miró a su alrededor solo para encontrarse con una anciana de aspecto dulce.
―Qué bueno que despertó, señora ―dijo la mujer acercándose.
Sophia frunció más las cejas y repitió.
― ¿Señora? Yo… ¿Dónde estoy?
―No se levante todavía, pasó una mala noche y el médico dijo que debía descansar. ―dijo la mujer instándola a acostarse.
―No… yo… quiero saber dónde estoy.
El corazón de Sophia latía a toda velocidad y un nudo se formó en su estómago.
―Quiero irme, esta no es mi casa.
Salió de la cama tambaleándose y la empleada se apresuró a ayudarla.
―Señora… no es bueno que…
― ¡No me llames, señora! ―Sophia dijo demasiado alto ―No soy ninguna señora. Esta no es mi casa y exijo saber por qué estoy aquí. Yo… ―se llevó una mano a la cabeza para calmar el dolor.
―Señora, usted no puede irse, el joven Santino ya sabe que está aquí y ordenó que le prepararan el desayuno.
― ¿Santino? ―miro a la mujer ahora con más confusión ― ¿Quién rayos es Santino? ¿Y quién dice que voy a comer con él?
En otra habitación de la mansión, el ambiente era completamente distinto. André, con una expresión seria, le entregó un iPad a Santino, quien esperaba con impaciencia. La pantalla mostraba la información detallada de la mujer que en ese momento enfrentaba un confuso despertar en su casa.
―Eso fue todo lo que encontré sobre Serena Michel. Es hija de Tom Michel y Norma Sanz. Él tiene una empresa en el ramo automotriz y no va muy bien; así que hizo algunos préstamos ―explicó André, mientras Santino examinaba la imagen de la chica en el dispositivo.
Él observó detenidamente la foto. Serena Michel no era fea, pero tampoco había algo en ella que la hiciera destacar a primera vista; se podría considerar alguien simple.
― ¿Nos deben dinero? ―preguntó, aunque ya conocía la respuesta.
―Sí, es por eso, que tu abuelo organizó esta boda. Lo dejará libre de deudas si la chica se casa contigo ―respondió André, sabiendo que esta noticia no sería del agrado de su amigo.
Santino soltó un bufido sarcástico.
―Mi abuelo a veces es un poco entrometido. Cree que no puedo liderar la empresa y la organización solo.
André tomó asiento frente a su amigo, mirándolo con seriedad.
―Tal vez tenga razón, Santino. Tal vez es tiempo de que tomes una esposa. Es bueno para ti en todos los aspectos, además debes dejar ir a…
La mirada de advertencia de Santino lo hizo callar de inmediato. Siempre que mencionaba a esa persona, se ponía de mal humor.
―No lo hago por ella ―dijo con voz firme y decidida. ―La verdad es que no necesito una esposa. Eso solo significaría debilidad, y tú y yo sabemos que en este negocio los débiles caen. Y… ―Sus ojos se entrecerraron, dejando entrever una determinación feroz. ―No quiero distracciones para cazar al culpable.
―Sí, claro. Créete eso tú mismo, pero a mí no me engañas. El único motivo por el que no quieres comprometerte es porque aún sigues amando a Kiara ―André dijo con una mezcla de comprensión y desafío.
La tensión en la habitación creció. A pesar de las complicadas circunstancias que rodeaban el acuerdo matrimonial con Serena, era evidente que el corazón de Santino aún pertenecía a alguien más.
La mención de ese nombre hizo que Santino regresara al pasado, a una época en la que la inocencia aún formaba parte de su vida.
Kiara Ferrara, la hija de un socio de su padre, había sido su compañera desde la infancia. Crecieron juntos, compartiendo juegos, sueños y, eventualmente, un amor juvenil que parecía destinado a florecer con el tiempo. Pero cuando la traición por parte del padre de Kiara se descubrió, afectando profundamente los negocios y la confianza entre las familias, su padre se opuso férreamente a que ambos continuaran su relación.
A pesar de las advertencias y los obstáculos, Santino se impuso, creyendo en el amor que pensaba que compartían. Sin embargo, la realidad era mucho más amarga de lo que jamás podría haber imaginado. Kiara no era la mujer que él creía amar; en realidad, había sido nada más que un peón en manos de alguien que nunca lo había amado de verdad. Kiara había estado engañándolo con su primo Damiano, una traición que destrozó el corazón de Santino y fracturó su capacidad de confiar nuevamente.
Cuando descubrió la traición de Kiara, la confrontación fue inevitable. Las palabras se tornaron en gritos, los gritos en acusaciones, hasta que el destino intervino de la manera más trágica. Kiara terminó muerta en un accidente esa misma noche, una conclusión abrupta y fatal a su historia. Y aunque sabía que era una traidora, Santino no pudo evitar sentir un profundo dolor y culpa por lo sucedido. Desde ese momento, se juró a sí mismo que nunca más volvería a confiar en una mujer.
―Santino, ¿me estás escuchando? ―André chasqueó los dedos delante de su amigo.
―Sí, perdón, ¿qué decías? ―Santino salió de sus cavilaciones, su mirada perdida finalmente enfocándose en su amigo.
André suspiró.
―Dije que la hija de Tom Michel es una joyita. Investigué un poco más y descubrí que la chica no es una dulce paloma; le gusta la bebida, alojarse y… ―André, rio burlón ―acaba de tener un aborto.
Las cejas de Santino se apretaron.
― ¿Un aborto?
―Así es, tenía una relación con un capitán de fútbol, terminaron y ella se quedó con el paquete.
―Cielos, André, ¿cómo consigues tanta información?
El hombre se carcajeó.
―Máximo es bueno en ello, su gente es muy eficiente.
Santino asintió. Máximo D’Luca era su otro primo, unos años mayor que él y sobre todo leal. Tenía una empresa de seguridad e investigación que trabajaba para el gobierno y todo aquel que pudiera pagar sus servicios.
―Recuérdame enviarle un regalo por el nacimiento de sus trillizos.
―Estaba muy molesto contigo ―continuó André ―dijo que vendría en cualquier momento, así que prepárate, tu madre junto a tu tía Brenda serán un duro frente.
Santino rodó los ojos y siguió viendo la fotografía en el iPad.
― ¿Y qué piensas hacer con tu prometida? ―preguntó tentativamente André ―Dado que anoche le diste una habitación, supongo que…
―En primer lugar, ella no es mi prometida, porque no pienso casarme con ella. Y, en segundo lugar, le di una habitación porque estaba medio muerta, ¿es que no viste?
― ¡Ay, perdón! Estás de un humor de perro. Y pensándolo bien, quizás la fiebre sea por alguna infección, ya sabes cómo son esas clínicas clandestinas. Seguramente la familia pensó que se te ablandaría el corazón ―se rio divertido ―se nota que no te conocen.
Santino apagó el iPad y rodó la silla hacia atrás.
―No hagas conjeturas equivocadas. Solo la dejé quedarse porque no quería que muriera en mi casa.
PRIMER DESAYUNO EN FAMILIA
―Señora, por favor… ―el ama de llaves trató de hacer entrar en razón a Sophia.
―Ya te he dicho que me voy. No sé qué demonios pasa, pero no soy ninguna señora y no sé por qué estoy aquí. ¡Exijo ver a ese tal Santino!
―Mi señora, por favor, baje la voz. ―El tono de la empleada era nervioso. ―Al joven Santino no le gustan los escándalos y además tiene mal carácter, lo mejor será que lo obedezca en todo.
― ¿Obedecer? ―Sophia alzó una ceja. ― ¿Y qué se supone que soy: un perro amaestrado?
―No, no, mi señora ―el ama de llaves se apresuró a explicarle. ―Es solo que… ― ella miró hacia la puerta y bajó la voz. ―Él no era así, se volvió así.
Las cejas de Sophia se fruncieron y la curiosidad picó en ella.
― ¿A qué te refieres?
―Bueno, él cambió mucho después del accidente ―dijo la mujer en tono bajo. ―El auto donde viajaban él y su padre explotó, el señor murió y el joven Santino sobrevivió, pero a un alto costo. Su cuerpo quedó lleno de quemaduras y… ―la mujer bajó la cabeza ―sus piernas no volvieron a funcionar. Además, ahora usa una máscara que oculta su rostro y se volvió un ser amargado y frío.
Los ojos verdes de Sophia se dilataron.
― ¿Dices que está en silla de ruedas y usa una máscara?
La mujer asintió.
―Sí, pero ojalá lo hubiera visto antes, no había rostro como el suyo, era guapo y todas las mujeres se morían por estar con él. ―El ama de llaves suspiró. ―Cuando volvió a casa ordenó retirar todas las fotografías de él, dijo que no quería verse como era antes y que estaba prohibido sacarlas del ático.
Sophia estaba muy confundida, pero tenía la leve impresión de que sabía lo que estaba pasando.
―Bueno, el caso es que yo no soy la señora y no voy a casarme con ese tal Santino, por favor ve por él y dile que quiero verlo.
―Señora…
― ¡Que no me llames, señora! ―Sophia la regañó. ―Llámame Sophia si no es mucha molestia.
―Está bien, le diré al joven que usted quiere verlo.
Cuando el ama de llaves se fue, sonó el celular de Sophia, afortunadamente lo había dejado en el bolsillo de su pantalón.
― ¿Hola?
―Gracias a Dios que contestas ―dijo Janna del otro lado. ―Te llamé un par de veces anoche, pero no contestaste, estaba muy preocupada. ¿Cómo estás?
Sophia miró la habitación y suspiró.
―Estoy bien, pero tengo mucho que contarte. ¿Sigue en pie la oferta de mudarme contigo?
―Sabes que sí, ¿ya te decidiste a mandar al diablo a tu tía?
―Digamos que voy a empezar a labrar mi propio camino.
―Esa es la actitud que debiste tener desde un principio, yo voy a apoyarte en todo, y con lo de tu herencia, contratemos un abogado, tu tía…
―Janna, ahora no quiero pensar en eso, lo único que me importa es encontrar un buen trabajo para poder pagar el tratamiento de mi madre. La herencia me da igual.
―No deberías decir eso, no sabes qué tipo de herencia es, quizás tu padre…
―Mi padre nos abandonó a mi madre y a mí. Eso es todo, lo que él me haya dejado no me interesa. Ahora debo colgar, te llamaré más tarde.
Sophia colgó la llamada y se dejó caer en la inmensa cama soltando un suspiro. De repente las cortinas comenzaron a moverse y ella se tensó. Su corazón se agitó y su estómago se entumeció. Y antes de que ella gritara, un pequeño niño apareció delante de ella.
―¡¡MAMI!!
Sophia se quedó congelada por un momento, mirando al pequeño niño que acababa de aparecer de entre las cortinas, llamándola “mami” con una voz que destilaba inocencia y confusión. Por un instante, su corazón se detuvo, y luego, como si se reactivara, comenzó a latir frenéticamente.
― ¿Quién eres tú? ―preguntó, tratando de mantener la calma.
El pequeño de seis se lanzó sobre el regazo de Sophia, ella fue tomada por sorpresa, pero un momento después lo apartó.
―Niño… Yo… no soy tu madre.
―Claro que sí ―respondió el pequeño mirándola con ojos brillantes de emoción. ―Llevo mucho tiempo esperando una madre y finalmente papá me trajo una casa.
«¿Papa? ¿Quiere decir que este niño es hijo de ese tal Santino?» La cabeza de Sophia trabajaba a toda velocidad.
Apartó nuevamente al niño y se agachó delante de él, dándole una sonrisa.
―Creo que hay una confusión, yo no puedo ser tu mami… yo…
Las palabras se cortaron cuando ella vio la carita triste del niño, los ojos que hace un momento brillaban de felicidad ahora estaban llenos de tristeza.
―Pensé que eras tú, papá, dijo que traería una mamá para mí, todos mis amigos de la escuela tienen a sus madres y yo… nunca puedo llevar a la mía a las actividades escolares.
El corazón de Sophia se apretó, ella podía entenderlo más de lo que pensaba. Aunque no tenía seis años, también extrañaba a su madre.
―A ver, primero dime cómo te llamas.
El chiquillo sonrió de nuevo y se presentó.
―Mi nombre es Ángelo D’ Luca y soy hijo de Santino D’ Luca, papá parece amargado, pero es bueno, espero que pronto me den una hermanita… aunque sería mejor un hermano, las niñas son muy tontas y no pueden jugar a…
―Espera, espera… ―Sophia tapo la boca del pequeño ―Creo que vas muy rápido ―dijo nerviosa. ―Yo… no voy a darte una hermanita y tampoco un hermanito, lamento que…
En ese momento la puerta se abrió y era el ama de llaves.
―Señora, el desayuno está listo, el joven Santino se reunirá con usted en un momento.
― ¡Genial! ―exclamo el pequeño Ángelo ―nuestro primer desayuno en familia.
Sophia sintió cómo la situación se deslizaba entre sus dedos como arena. La palabra “familia” resonó en su mente, creando un eco que no podía ignorar. Ángelo, con su inocencia y sus esperanzas, había creado un escenario que Sophia no sabía cómo manejar. Miró al ama de llaves, buscando algún tipo de ayuda o guía en sus ojos, pero la mujer solo le ofreció una sonrisa comprensiva y un gesto para que la siguieran al comedor.
―Vamos, Ángelo ―dijo Sophia finalmente, tomando de la mano al pequeño. A pesar de la confusión y la sorpresa, no podía negar el calor que le producía el entusiasmo del niño. ―Vamos a desayunar.
NO TE CREAS LA SEÑORA
Cuando Sophia bajó las escaleras, Santino ya los estaba esperando. El hombre sentado en su silla de ruedas no dejaba de ser atractivo, y ella no pudo evitar detallarlo. Llevaba un antifaz que cubría casi todo su rostro, sin embargo, su boca cerrada estaba a la vista, y se demoró demasiado tiempo en los rosados.
«¿Qué te pasa, Sophia? ¡Deja de mirarlo y termina con esto de una buena vez!» Se regañó a sí misma.
Sin embargo, sus ojos curiosos no obedecieron; siguió mirando y se detuvo en los guantes de cuero, asumió que seguramente las llamas habían quemado también sus manos. Siguió mirando y, cuando finalmente sus miradas se encontraron, vio los ojos más hermosos que jamás hubiera visto, eran de un azul casi verdoso, y estos hicieron que su corazón se agitara y que su estómago se tensara.
Era un hecho: él la ponía nerviosa.
De repente, Ángelo soltó su mano y corrió hacia él.
― ¡Papi! ―gritó el pequeño, sentándose en su regazo. ― ¡Cumpliste tu promesa, has traído una mamá a casa!
Sophia abrió los ojos y estaba a punto de sacarlo de su error otra vez, cuando Santino le ordenó al ama de llaves que sirviera el desayuno. La piel de Sophia se erizó por todas partes y, sin poder evitarlo, su cuerpo reaccionó a su voz. Era el tipo de voz que haría que obedecieras, esa voz que querrías te dijera cosas prohibidas al oído.
Sophia se obligó a salir de su trance.
«Basta, Sophia, ¿qué te pasa? Nunca has tenido a una pareja, sí, pero eso no quiere decir que vas a fantasear con desconocidos» se dijo a sí misma. Miró nuevamente a Santino y agregó en su mente «aunque sean atractivos y con rosados perfectos para besar»
Mientras el desayuno se servía, el silencio se instaló por un momento, solo roto por los sonidos cotidianos del ama de llaves preparando todo. Sophia intentaba recomponerse, luchando internamente con sus emociones y la extraña atracción que sentía hacia el hombre en silla de ruedas.
― ¿Vas a quedarte ahí mirando? ―dijo Santino con frialdad.
Sophia salió de su estupor y tomó asiento donde le indicó el ama de llaves, estaba dispuesta a ir al grano, pero la queja de Ángelo la interrumpió.
―No me gusta el tomate, ¿por qué siempre le ponen tomate a mi sándwich?
―Joven Ángelo, son órdenes de su padre. Debe comer vegetales, es…
Pero Ángelo interrumpió.
― ¡Pero no me gustan! Papá, no quiero comer tomate.
Santino, que no estaba para las malcriadeces de su ahijado, le gruñó severamente.
―Te comerás todo lo que hay en el plato, Ángelo, y espero que esto no se repita. No quiero castigarte de nuevo.
El chiquillo le dio una mirada triste y replicó.
―Es solo el tomate, papá, no me gusta… Dile a…
― ¡He dicho que te lo comas! Y no quiero volver a escucharte. No te levantas hasta qué…
―Oiga, no le hable así ―interrumpió Sophia sin poder evitarlo. ―Es solo un niño, sea más amable y explíquele.
Ángelo miró a Sophia como su salvadora, se levantó y caminó hacia ella para abrazarla.
―Mamá me apoya, papá, por favor escúchala.
Santino miró fijamente a Sophia y su paciencia se agotó.
―Llévate a Ángelo ―le ordenó al ama de llaves.
La mujer no se hizo esperar, tomó al pequeño de un brazo dispuesto a llevárselo, pero el joven luchó.
― ¡No, no quiero! ¡Quiero comer con mi nueva madre!
―Joven Ángelo, haga caso, su padre…
― ¡Déjalo! ―ordeno Sophia con dureza. ―No quiere ir, así que no debes obligarlo.
El ama de llaves la miró estupefacta y luego buscó la mirada de Santino, era como si estuviera buscando una respuesta a quién obedecer. Santino dejó sus cubiertos con brusquedad y rodó su silla de ruedas en dirección a Sophia.
―Veo que te tomas muchas atribuciones, Serena ―escupió el nombre como si le asqueara.
Sophia se sorprendió, pero mantuvo la fachada. Recordó las palabras de su tía el día anterior y cómo quería que ella suplantara a su prima; esta hubiera sido una excelente oportunidad para desenmascararla, pero no iba a poner en riesgo a su madre. Sabía que su tía Norma era capaz de cualquier cosa.
―¡¡¡Lina!!! ―de pronto Santino gritó con ira y casi de inmediato apareció una mujer con el rostro pálido.
― ¿Sí, señor?
―Llévatelo ―ordenó.
La mujer agarró a Ángelo en brazos, y este pataleó y lloró.
― ¡No, quiero a mi mami! ¡Quiero quedarme con ella! ¡Mami!
―Vamos, Ángelo, pórtate bien ―dijo la mujer tratando de calmarlo, aun cuando el pequeño dejó salir sus lágrimas, ella no se detuvo y subió las escaleras con él.
Luego, Santino miró al ama de llaves de nuevo.
―Llévale su desayuno y dile que está castigado hasta que yo lo decida.
―Sí, señor ―la mujer asintió y tomó el plato para luego irse.
Cuando finalmente estuvieron solos, Santino dejó salir todo su veneno.
―Llevas aquí solo unas horas y ¿crees que puedes convertirte en la señora de esta casa? ¿Crees que puedes complacer a mi hijo? ¿Piensas que por el hecho de que te enviaron medio muerta a la puerta de mi casa voy a aceptarte? ―él formó una sonrisa burlona. ―Pues déjame decirte esto, Serena Michel, no me interesa emparentar con una vagabunda como tú. Una que es solo una fácil que se vende al mejor postor y créeme, puede que esté en silla de ruedas y sea un monstruo, pero, aun así, tengo mis límites y nunca caería tan bajo con una mujerzuela como tú.
Sophia abrió los ojos con sorpresa; jamás en sus 22 años había sido insultada de tal manera, sabía que se metería en problemas, pero ella iba a defender su honor. Sin pensarlo y con la sangre hirviendo, levantó su mano dispuesta a abofetearlo; sin embargo, su movimiento falló. Santino fue demasiado rápido y sostuvo su muñeca antes de que ella le volteara la cara del bofetón.
El silencio se apoderó del ambiente por un momento, mientras ambos se miraban fijamente. La tensión se volvió palpable, un combate de voluntades donde cada uno sostenía la mirada del otro sin ceder.
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